¿Puede la meditación ayudar a sanar a las comunidades queer de color?
[Read in English / Leer en inglés]
Muchxs de nosotrxs hemos sido obligados a distanciarnos de nuestras redes de cuidado, afecto,
placer e intercambio durante la pandemia de COVID-19. En el contexto de la vida queer, esto es aún
más palpable: una gran parte de cómo solemos interactuar gira en torno a la comunidad, el contacto
y la proximidad. Estas formas de interacción ahora evocan potencialmente el peligro y la ansiedad.
De cierto modo involucran un riesgo. Una de las varias transformaciones que ha ocurrido durante la
pandemia tiene que ver con la cantidad de tiempo que hemos tenido que pasar en aislamiento, lejos
del cuidado y la comunidad.
Yo, al igual que otrxs, añoraba ese mundo exterior. Pero dentro de esas mismas condiciones,
también descubrí una oportunidad para mirar hacia adentro y cultivar una relación que no solía
considerar en aquellos tiempos en los que gozaba de una vida social dinámica y robusta a la cual
estaba ansioso por regresar. Descubrí una nueva relación con mi propia mente, y esta relación se ha
extendido generosamente hacia la vida queer en común que practico con aquellxs que me rodean.
En lo que sigue, propongo que la conciencia plena es un aspecto fundamental del cuidado común de
la comunidad queer, un aspecto que no se distancia de las otras formas concretas de equidad
social, de justicia y de salud por las cuales luchamos con fervor.
La conciencia plena y la meditación suelen hacernos pensar en toda una gama de imágenes que
nos distraen de lo que verdaderamente es y cómo podemos integrarlas en nuestro día a día. Por un
lado, hay cierta tendencia que asocia a la meditación con lxs “fanáticxs del bienestar” que suelen ser
blancxs y pudientes, con aquellxs que andan listxs para participar en la apropiación cultural de
moda. Por otro lado, existe una idea mitificada de la meditación que la caracteriza como la actividad
solemne de monjes, como algo absolutamente incompatible con las vidas ocupadas y dinámicas
que solemos vivir.
Para aclarar la primera idea equivocada: la meditación y la conciencia plena (términos que en sí son
categorías amplias para describir una gama rica y diversa de prácticas culturales específicas) no
deben considerarse como pertenecientes a la gente rica y de moda. A pesar de las formas agresivas
de mercadeo que han querido hacer de la meditación otro símbolo de clase social, esta práctica no
le pertenece a ellxs. Se puede decir que no le pertenece a nadie, aún si funge como un aspecto
central de muchas prácticas culturales y espirituales no-occidentales. Este afán por producir una
“identidad del meditador” lucrativa y mercadeable va en contra de la meditación misma.
La segunda idea equivocada es más difícil de sobrellevar al principio, dada nuestra tendencia a
considerarnos insuficientes, de sentirnos como si estas cosas no son para nosotrxs, que nuestras
vidas son todo menos solemnes. En realidad, a pesar del potencial espiritual que la conciencia plena
puede brindarnos, la meditación no tiene que ser algo intocable, sagrado, o puro.
En su esencia, la meditación describe nuestra relación con la mente, y esta relación es
verdaderamente nuestra única verdadera posesión. Todo lo que decimos y hacemos––todas las
formas en las que el mundo, nuestro entorno y nuestras comunidades llegan hacia nuestra
conciencia y exigen nuestra atención––pasa por ese misterioso filtro que solemos llamar nuestra
mente.
El tener una conciencia plena, o practicar la plenitud mental, no significa sentarse y tornarse ansiosx
ante la incapacidad de bloquear todo pensamiento y permanecer totalmente “en blanco.” Significa,
sin embargo, el bajar la velocidad del pensamiento y el desacelerar nuestra reactividad ante los
estímulos externos. Es permitir, dejar ser. Puede involucrar el trabajo con un mantra o con la
respiración. Pero también puede ser algo tan informal como aprovechar los primeros minutos de la
mañana y, en vez de buscar nuestro teléfono móvil, prestarle atención a los primeros minutos de
conciencia en los que emergemos de un estado de sueño, antes que nuestra atención se vuelva
errática frente a la variedad de asuntos que aparentan ser urgentes y exigen nuestro enfoque. Es
cuidar de nuestras mentes con el mismo tipo de cuidado que queremos darle al mundo.
Quizás más fundamental aún que el término “meditación” en una práctica de meditación lo es el
término “práctica.” Es fácil olvidar que la práctica ya en sí implica que vamos a fallar un poco.
Significa, muy importantemente, que comenzaremos de nuevo una y otra vez y que tendremos que
dejar atrás nuestro impulso por el juicio severo. También implica que la meditación no es algo que
será conquistado, dominado y perfeccionado de una vez por todas. El comenzar de nuevo, como si
fuese la primera vez, conlleva una sutil pero transformadora enseñanza: la conciencia plena es una
práctica recurrente de autocompasión.
Mientras más nos permitimos––en esos cinco o dos o diez minutos sentadxs en silencio con
nuestra mente––regresar al vaivén de la respiración, aún cuando perdamos el enfoque (algo que
sucederá inevitablemente, inclusive a lxs “meditadores avanzadxs”), más capacidad tendremos para
practicar esta misma compasión en otros ámbitos de nuestra vida, especialmente aquellos ámbitos
que compartimos con la conciencia de otrxs, en esas mismas comunidades que intentamos
construir y reconstruir de manera justa y equitativa. Suavizar el diálogo con el yo interior a su vez
suaviza nuestra relación con el mundo. Pero antes de practicarlo afuera, es preciso practicarlo por
dentro. Sabiendo esto, ¿cómo no reconocer que la meditación es una de las piedras angulares para
sociedades más compasivas? ¿Cómo no darle prioridad a este cuidado interior?
Creo que este último punto fue mi primera apertura a la sabiduría que nos permite la práctica de
meditación. Cuando formaba parte de ese gran bullicio social fuera de mi mente, solía estar a la
merced de la autocrítica severa y el compararme a lxs demás: comparaba mi cuerpo al de lxs otrxs,
mi estatus social al de la otra gente. Las personas queer de color en especiífico experimentamos
este tipo de aislamiento e insuficiencia de una manera disproporcionadamente mayor, dado que
vivimos en un entorno regido por una supremacía racial blanca y una movilidad social y económica
que se presumen neutrales, un mundo en el que lo “queer” se ha querido equiparar con el acceso al
capital y a las ideas normativas del cuerpo y la belleza. Solemos perseguir estos ideales sin pensar
mucho y sin descanso.
La conciencia plena––el fracaso inicial, la distracción y la inquietud del cuerpo, su llamado a
comenzar de nuevo––interrumpió este patrón de pensamiento y me hizo tomar conciencia de estos
violentos hábitos mentales que practicaba conmigo mismx. Ha implicado una gran diferencia el
poder cultivar y cuidar de este espacio interior, un espacio que luego puedo compartir con otrxs en
comunidad, donde me he convertido en una persona más presente para aquellxs con quienes
comparto y practico el amor queer. Tengo mucho más que ofrecer ahora.
El desaprender estas violencias silenciosas que habitan nuestra mente no es diferente a nuestros
esfuerzos por erradicar la violencia en nuestras relaciones, nuestros encuentros, y nuestras
comunidades. Durante el primer gran aislamiento social del 2020, asistí a una meditación
comunitaria a base de donación voluntaria a través de Zoom organizada por la Rev. angel Kyodo
williams, una escritora y activista afrodescendiente. Es también sacerdotisa ordenada de la tradición
Zen. El evento coincidió a su vez con la poderosa ola de activismo y protesta antirracista a raíz del
asesinato de Geroge Floyd.
La Rev. williams, prediciendo nuestra tendencia a criticar nuestra atención y nuestra relación con la
meditación, nos recordó a mitad de la sesión que el deshacer de las lógicas de vigilancia y castigo
comienza con un compromiso a deshacerla en nuestro interior. En la meditación, este deshacer
significa practicar una capacidad para comenzar de nuevo, sin sentir vergüenza y sin juicios severos.
En ese maravilloso espacio que centró a personas BIPOC y que parecía tan distinto a la protesta
social, sentí las semillas de futuros equitativos y compasivos que están por venir.
La conciencia plena es relevante al futuro queer en común porque este futuro en sí emerge
precisamente del ahora en que respiramos y vivimos, de aquellas conciencias que sueñan nuestros
más utópicas posibilidades. Una práctica de meditación suave y personalizada no es la antítesis del
cambio social. Más bien, la meditación nos permite tener una base sólida de autocompasión que
nos permite a su vez dirigirnos hacia el bienestar holístico y abarcador. No existirá la equidad común
hasta que no exista lo mismo dentro de nosotrxs, un espacio en el cual la mente se pueda relajar,
donde la respiración se calme, y en donde la apertura requerida para la empatía––uno de los pilares
de la justicia, la equidad y la justicia––pueda prosperar.
Una breve nota en torno a algunos recursos: aquí está el enlace para las meditaciones de la Rev.
williams. Las mismas son excelentes y accesibles para todo tipo de situación financiera y ocurren
varias veces al año. También recomiendo con mucho entusiasmo su libro Radical Dharma: Talking Race, Love and Liberation. Las aplicaciones de meditación como Waking Up, por ejemplo, ofrecen suscripciones anuales gratuitas para aquellos que expresen necesidad financiera. La aplicación de meditación Liberate ofrece un sinnúmero de meditaciones guiadas cuyo enfoque es la comunidad afrodescendiente.